Hay pocos temas que despierten tanto interés como el de los templarios, una orden medieval de monjes y guerreros. Hoy vamos a adentrarnos en su historia a través del ensayo histórico novelado El guardián del manuscrito, cuyo subtítulo nos formula la siguiente pregunta: ¿Fue la Orden del Templo suprimida? Su autor es Antonio Galera Gracia, y está editada por Delfos.
Para ello, vamos en esta ocasión a realizarle una entrevista, extensa, que gentilmente Antonio Galera a respondido a Biblioteca Oculta. Lo normal es que nuestras entrevistas sean vía podcast, pero en este caso consideramos que escrita es mucho mejor, y la verdad, hay pocas ocasiones de conocer tan profundamente la historia de esta orden de caballería con tanto rigor y conocimiento, como el que este autor tiene.
Antonio Galera
Gracia, es natural de Puebla de Soto (Murcia) 1940. Según la reseña de su
libro, es licenciado en Teología, Doctor en Historia con especialidad en Alta,
Plena y Baja Edad Media. Gran Cruz al Mérito de la Investigación Histórica de
Santa María de España. Ha dedicado la mayor parte de su vida a consultar
Teologados, Archivos Históricos y Bibliotecas de la mayor parte de España,
Europa y Vaticano. Merced a este costoso trabajo de investigación, análisis, y
selección ha obtenido el beneficio de contar en la actualidad con numerosas
fotocopias documentales que le han servido durante más de cincuenta años para
argumentar y dar veracidad a sus obras. En su haber cuenta con más de sesenta
obras publicadas. De entre ellas cabe destacar, por su gran trabajo de
investigación, la última publicada. Un espacioso ensayo compuesto de Cinco
Tomos de más de 500 páginas cada uno, titulado globalmente: CRONOLOGÍA
HISTÓRICA DE LA ORDEN DEL TEMPLO.
Antonio Galera Gracia, bienvenido a Biblioteca oculta
Es un placer hallarme hoy aquí con vosotros. Gracias por invitarme.
Aparte de toda la cuestión profesional y curricular, ¿Quién es Antonio Galera Gracia?
Un modesto y maduro escritor que se dedica a la literatura histórica desde hace ya más de cincuenta años.
Coméntenos, ¿Por qué escribir el ensayo histórico novelado “El guardián del manuscrito” que deja en el aire esa pregunta de tan difícil respuesta de “fue la Orden del Templo suprimida”?
Soy un autor que no solo escribe, sino que también se dedica a la investigación histórica. Cuanto se da a conocer en mis libros. siempre está acreditado por sus fuentes documentales. Jamás aseguro nada, por muy fantasioso que sea, que salga de mi imaginación con ánimo de vender más o de conseguir ser más famoso. De ahí que, cuando a mí se me hace una entrevista, tenga que ser presentado porque no me conoce nadie. La falsedad, emperifollada de certeza, es más buscada y leída que la verdad. Tal vez por ello, un sabio nos dijese un día aquella noble frase que decía: “La mentira nos desorienta y la verdad nos ilustra…”
Mucho se escucha de los templarios, pero ¿Quiénes eran?
Lo
que sí puedo afirmar es que no eran ángeles bajados del cielo; ni
extraterrestres venidos de otras galaxias, ni respondían a ninguna de las muchas
fantasías que sobre ellos han sido inventadas y escritas por autores de rebosantes
imaginaciones. Eran hombres tan normales como usted y como yo. Con sus penas y
sus glorias, con sus miedos e intereses. En una epístola escrita por un viejo
caballero, que forma parte de mi colección, se lee lo siguiente: cuando
estábamos esperando para entrar en batalla, ya fuese por excitación, miedo o
intranquilidad, a todos nos entraban unas inaguantables ganas de orinar…
Los templarios eran hombres normales —como ya he dicho—, y como tales, no estaban exentos del temor a la muerte. No cabe duda de que como soldados serían presa de muchas dudas, desconfianzas, desasosiegos y miedos antes de entrar en batalla.
¿Cómo surgió esta Orden?
Terminada
la primera cruzada, nueve caballeros acuerdan quedarse en Jerusalén. Son nobles
franceses que provienen de familias acomodadas. Bien por decisión propia o por
haber sufrido el hoy conocido como síndrome de Jerusalén, fundan una Hermandad.
Hacen voluntaria entrega tanto de su cuerpo como de su alma a Cristo porque
saben que quien le sigua jamás andará
entre tinieblas… Toman el nombre de los Pobres Compañeros de Cristo
y comienzan su andadura viviendo pobremente. Comen y visten solamente lo que la
gente les da como limosna.
El
día 6 de septiembre del año 1126, el rey Balduino II, viendo que su reino
comienza a ser hostigado por los árabes que desean recuperar Jerusalén,
necesitando reclutar caballeros y soldados que le ayuden a contener los
frecuentes ataques de las hordas sarracenas, piensa en la Hermandad de los
Pobres Compañeros de Cristo y les concede como limosna —ya que no podían
aceptar ni tener nada en propiedad—, una estancia que poseía junto al atrio
sobre el cual en tiempos ya muy lejanos se había levantado el impresionante
Templo de Salomón para que les sirviese de cuartel general y de vivienda.
La
mencionada estancia había sido hasta entonces una cuadra donde los carreteros
del rey encerraban sus acémilas.
Desde entonces en adelante, dejan de ser conocidos como Los Pobres Compañeros de Cristo, y pasan a ser designados, tanto por los peregrinos como por los mismos habitantes de la ciudad, con apodos tales como Caballeros del Templo, milicias del Templo de Salomón, y otros apelativos más o menos similares.
¿Qué propició su desarrollo?
Cuando
en el Concilio de Troyes se les concedió una nueva Regla y les fueron ampliadas
sus tareas militares, dejaron de ser nueve caballeros y comenzaron a admitir aspirantes
para engrandecer la Orden. La protección de peregrinos quedó en segundo término,
pasando desde entonces a ser su misión principal la de combatir contra los
enemigos de Cristo allá donde se encontrasen.
Su
desarrollo militar vino por el gran número de caballeros, soldados, escuderos y
maestros en oficio, que diariamente hacían cola para ingresar en una Orden que
san Bernardo ensalzaba en sus prédicas y tenían el honor de vivir junto al
Templo; su desarrollo económico, se fue engrandeciendo en el tiempo porque, en
contraposición a otras órdenes, que solo se dedicaban a luchar, los templarios se
dieron cuenta de que, si dominaban las ciencias, dominarían el mundo.
Como
caballeros de noble cuna y familia que eran, ninguno sabía leer ni escribir. Se
dieron las órdenes oportunas para que todos aprendieran. Y, desde ese mismo
momento en adelante, todo caballero, soldado, escudero o fámulo que entraba en
la orden, era enseñado a leer, escribir y a dominar las cuatro reglas.
En sus casas, encomiendas o bailía poseían grandes bibliotecas donde se podían encontrar libros escritos en numerosos idiomas por los autores más brillantes de los siglos XII, XIII y XIV, que hablaban de literatura, teología, navegación, astrología, física, geometría, aritmética, contabilidad, minería, agricultura, etc. Los había de todas las ciencias. Y hasta los libros que a otras personas les hubieran parecido de poco interés, a ellos les parecieron buenos para guardarlos en sus bibliotecas. Eran del parecer de que no había libro malo del cual no se pudiese sacar alguna buena enseñanza…
¿Realmente tuvieron tanto poder?
Para
muchos estudiosos de la Orden del Templo, es incomprensible que una orden que
había sido fundada para vivir en la más estricta pobreza, sin tener nada propio,
terminara ostentando tanto poder. Pero no comprenden que la sabiduría le llevó
al poder, ni alcanzan a saber que del cuantioso dinero que fueron acumulando a
lo largo del tiempo con su buena administración, que fue, al fin y al cabo, la
que les otorgó ese poder, nada fue para ellos. Incluso pudiendo alimentarse
mejor, porque dinero tenían sobrado para ello, comían pobremente. Su dieta
estaba basada en verduras y legumbres. La carne solo era consumida tres veces a
la semana. Los miércoles y los viernes, si no tenían que salir a combatir,
ayunaban.
El
dinero, las joyas y el oro que ganaban con su trabajo y con sus bien
administrados negocios, se guardaba para que la Orden perdurase en el tiempo y
nunca desapareciese, como ya les había ocurrido a otras, por dejar de percibir
los favores prometidos el día que se constituyeron.
Todo
este dinero, que les dio tanto poder, pudieron ir atesorándolo gracias a la
amplia variedad de derechos seculares y eclesiásticos que les fueron concedidos.
En poco tiempo, y gracias a su inteligente administración, llegaron a ser
dueños de grandes latifundios, casas e incluso de pueblos y ciudades enteras.
Los
derechos seculares les hicieron ganar muchas propiedades donadas o compradas a
los vecinos de los lugares que gobernaban. Eran especialmente derechos de un
carácter puramente personal que adquirían principalmente por contratos de
protección, enterramientos y otros muchos servicios que ellos mismos fueron
concibiendo con la idea de mejorar la comunicación de las diversas regiones que
estaban bajo su supervisión y mando. Sin olvidar jamás que, por los predichos
servicios, ideados y construidos por ellos, cobraban un precio justo.
Las
personas que buscaron la protección de la Orden o elegían ser enterrados en los
cementerios templarios, consentían por lo general pagar un pequeño alquiler
anual, en el primer caso; o dejar en heredad cuantas posesiones y caudales
poseían en vida.
Estos
consentimientos de pago y heredad se hacían casi siempre ante notario, con
testigos que firmaban el escrito y teniendo presente ante ellos la Biblia.
No
cabe duda de que, cuanto hacían o ideaban, estaba destinado a servir y mejorar
la vida y el trabajo de los pobladores que se encontraban dentro de su
jurisdicción militar, pero, al mismo tiempo también sabían que ese servicio
podía producir unos pingües beneficios.
Persiguiendo este fin, inventaron muchos
oficios nuevos. Uno de los que más llamaron la atención en aquellos tiempos,
fue —ante la ausencia de puentes— poner plataformas de madera para pasar de una
orilla del río a la otra personas, bestias y carros.
Este
servicio, por la gran clientela que tenía, dejaba muchas ganancias. Funcionaba
desde que salía el sol hasta el ocaso.
El
cuidado y guarda de la plataforma estaba a cargo de cuatro Hermanos servidores.
Su misión consistía en cuidar y mantener en perfecto estado la gruesa y potente
maroma que estaba sujetada fuertemente en ambas márgenes del río. La
improvisada embarcación era movida —fuese en una u otra dirección—, tirando de
la cuerda para que por la inercia se deslizase sobre el agua.
Como
sólida herencia de los templarios, todavía queda una de estas plataformas que,
aunque modernizada, ha quedado como discreto testigo de lo que le estoy
revelando.
En
EL PASO DE LA BARCA, en Miravet (Tarragona), cuantas personas tengan curiosidad
por saber cómo eran estas plataformas, podrán ver, visitar y navegar en una de
ellas.
Podríamos
asegurar que es una de las últimas que queda. Y que ha perdurado en el tiempo
gracias a la devoción y esfuerzo de los vecinos de aquel privilegiado lugar.
Otro
de los negocios que inventaron fue el servicio de cajas de seguridad que en la
actualidad brindan los bancos. Los templarios admitían dinero, joyas y otros
objetos de valor que eran guardados en cajas de acero en sus encomiendas con el
nombre de la persona que depositaba el valor, naturalmente, mediante el pago de
un tanto por ciento que se acordaba con el titular.
Este
servicio era tan seguro que no solo fue utilizado por todo el público que
tuviera algo que guardar de la codicia de los ladrones, sino incluso por
príncipes, grandes señores y reyes.
En el Archivo Histórico Nacional encontramos un
privilegio del rey Pedro II, en el cual elige la seguridad ofrecida por la
milicia del Temple para que sean guardados y custodiados por ellos los cuños
que se empleaban para fabricar moneda jaquense, debiendo pagar el rey por este
servicio de guarda y custodia dos dineros por cada marco de plata que se
fabricase.
Ni que decir tiene que después de lo dicho, podemos considerar a los templarios como los pioneros de la banca actual. Ellos fueron los que hicieron posible que la «usura», considerada como pecado mortal, se convirtiera en algo normal, honesto, decente y decoroso porque, entre otros muchos servicios de necesidad para el ciudadano, daban la oportunidad para que mediante préstamos el ganadero pudiera comprar ganado, el agricultor semillas y aperos, el constructor contratar obreros... Pero todo ello, como era natural y lógico, previo pago de unos intereses tan elevados y gravosos como los que los bancos nos hacen soportar en estos tiempos.
El poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza habían sido conseguidos por los caballeros del Templo... Bienaventurado el que tiene talento y dinero —decía una célebre frase de aquellos tiempos— porque eso denota que ha sabido emplear el talento.
La Orden del Templo de Jerusalén se convirtió en la Orden más poderosa de aquellos tiempos porque era la única que siempre tenía dinero en efectivo, cosa que no les ocurría a las otras. Las tierras, las posesiones, las grandes haciendas y los campos plantados de grano, no les servían de mucho a quienes tenían urgencia por pagar una deuda en el acto, promover una guerra, pagar soldados, casar hijos... Los reyes y los papas tuvieron siempre que recurrir a ellos porque los demás prestamistas eran muy duros de pelar y no se casaban ni con reyes ni con papas.
¿Cuándo llega la orden de Templo a España?
Con la unión del reino
de Aragón y del condado de Barcelona, la expansión de las milicias templarias
por toda España fue instantánea.
El conde don Ramón Berenguer IV fue iniciador y artífice
de este rápido crecimiento. Ocurrió de la siguiente forma: Alfonso I, el Batallador, Rey de Aragón,
deseando que su reino quedara suficientemente defendido y viéndose sin sucesor,
ordenó hacer su testamento en el cual dejaba por herederos de su reino a las
órdenes del Templo, del Santo Sepulcro de Jerusalén y del Hospital.
Con
este testamento no estuvieron de acuerdo los aragoneses y eligieron
como sucesor al hermano del difunto Alfonso I, cuyo nombre era Ramiro, más
conocido por el Monje, porque se encontraba en un convento de benedictinos.
El rey Ramiro II, para no soliviantar los ánimos de los
poderosos nobles aragoneses tuvo que suceder a su hermano Alfonso I. Acostumbrado
a la vida monástica, después de estar en el trono durante tres años, echando
mucho de menos su anterior vida conventual, decidió dar en matrimonio a su hija
Petronila, que a la sazón tenía cinco años, al conde de Barcelona don Ramón
Berenguer IV.
Una vez
que don Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, fue reconocido por los
aragoneses como príncipe de Aragón, ya que no quisieron reconocerlo como rey,
comenzó a negociar con las órdenes del Santo Sepulcro, del Templo y de San Juan
de Jerusalén, a las que por potestad de heredad le correspondía la sucesión del
reino. Les ofreció grandes bienes y mercedes si renunciaban a sus derechos. A
cuyas negociaciones cedieron las tres órdenes y decidieron firmar cada una de
ellas un documento de cesión de derechos de sucesión. Las tres órdenes lo
hicieron en el año 1140.
Más tarde, una vez reforzado el reino de
Aragón con las fuerzas de la Orden del Templo, y con la estimable ayuda de
algunos ilustres señores catalanes, don Ramón Berenguer comenzó la reconquista.
En el año del Señor de 1141, tomó Alcolea de Cinca, Xalamera y Castellote. Un
año después, Daroca. En 1148, Tortosa. A principios del año 1149, Lérida; dos
meses después, Mequinenza..., ya sólo quedaba Fraga.
La conquista de Fraga era decisiva para que el príncipe
de Aragón don Ramón Berenguer pudiese disipar los rencores de los aragoneses y
entrar ya de pleno derecho en sus resentidos corazones. El príncipe lo sabía.
Tal vez por saberlo fuera por lo que hiciese escribir un edicto en el cual
prometía dar tierras y bienes a cuantos caballeros o soldados, españoles o
extranjeros, acudieran al reino para ayudarle.
Una vez expulsado el moro de todos los lugares del reino Aragón y del Condado de Barcelona, comienza la reconquista del resto de España. Al cabo de muchos años, queda libre de enemigos desde Aragón hasta Murcia, pasando antes por Castellón y Valencia.
¿Qué relevancia tuvieron en España?
Eran
personas que allá donde iban, no solo robustecían las tropas y las hacían más
invencibles, sino que, además, enriquecían y poblaban los lugares que les eran
donados. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que al servir en diferentes
reinos y, a veces, al estar un reino enemistado con otro, se enfrentaban entre
ellos por intereses, lindes o desacuerdos.
Una de las preguntas que más me han sido hechas a lo
largo de mi vida literaria, ha sido la siguiente: ¿Si los templarios estuvieron
al servicio de diferentes reinos, tendrían que enfrentarse en batalla entre
ellos cuando estos reyes luchaban entre sí?
La respuesta es no. Uno de los pocos requisitos que los
templarios exigían a los soberanos bajo cuya autoridad ponían sus armas, era la
de que ellos venían a luchar contra el moro, pero nunca contra sus hermanos de
armas.
Al principio, y como quiera que, exceptuando el reino de
Aragón, muy pocos reinos españoles tenían bajo su mando milicias templarias, no
hubo grandes problemas para que los reyes respetasen esta cláusula. Sin
embargo, más tarde, cuando los templarios ya comenzaron a poner sus armas al
servicio de diferentes reinos españoles, este requisito comenzó a ser un
incordio para los monarcas. Todos
exigieron a los templarios que luchasen contra quienes eran sus enemigos, ya se
tratase de moros, cristianos, otras órdenes militares o, incluso, contra sus
propios hermanos de orden y armas.
Para que veamos hasta qué punto llegaba el hecho de que los templarios se habían constituido para luchar contra los árabes y no contra los cristianos ni contra ellos mismos, voy a contar uno hecho que ocurrió entre los templarios y Jaime II.
En el año 1300 el joven rey de Castilla don Fernando, hijo de Sancho IV, apodado el Bravo, fuertemente escoltado por poderosas tropas —entre las cuales nos consta que no venían milicias templarias—, llega a las fronteras que delimitan su reino con el de Aragón.
Siendo informado el rey Jaime por sus agentes secretos que las tropas que traía el rey de Castilla eran muy superiores a las que él había podido reclutar se puso muy nervioso, y, ni corto ni perezoso, escribió una carta al maestre general del Temple de Aragón, en la cual –aun sabiendo que estos siempre se habían negado a luchar entre ellos–, le amenaza diciéndole que si se niega a cumplir sus órdenes procederá contra los bienes de la Orden y contra los caballeros que rehúsen pelear.
En contestación a esta carta, el maestre general del Temple en Aragón contestó más o menos lo siguiente. Cito de memoria: «Nuestra patria, señor, se encuentra en Jerusalén, donde nacimos y nos criamos. Allí aprendimos que nuestra lucha es contra los enemigos de Cristo, nunca contra nuestros Hermanos que son, igual que nosotros, enviados de la Iglesia y defensores de Nuestro Señor Jesucristo...»
Por cierto, ¿también tuvieron presencia en Baleares?
Desde
don Ramón Berenguer IV hasta su bisnieto Jaime I, Las Mallorcas, tal
como las nombraba el rey Jaime I, fueron muy apetecidas por estos reyes.
También diferentes etnias árabes tenían un gran interés por poseer estas ricas tierras. Muchas veces fueron las que los reyes de Aragón intentaron conquistar las mencionas islas sin conseguirlo por la férrea rivalidad que encontraron. Y así fue como, en el año 1229, estando gobernando los almohades las islas, Jaime I, acompañado de ejércitos catalanes, aragoneses, marselleses y templarios, venció a los habitantes del lugar y conquisto el tesoro que durante tanto tiempo había sido tan apetecido por él y por sus antecesores.
Según el Llibre del Repartiment que se conserva en el Arxiu del Regne de Mallorca, al Temple le correspondieron algunos enclaves de Mallorca. ¿Cuántos quedan?
Según el libro de Los Repartimientos que usted cita, todos los participantes en la reconquista recibieron las partes correspondientes según número de soldados o importancia del personaje. El libro dice que recibieron mayor parte los de Barcelona y Marsella, la primera con un total de 877 caballerías y la segunda con 636, seguidas de la casa del Temple que obtuvo 525.
Sabemos por investigaciones hechas
que el rey Jaime I concedió a los del Templo el castillo de Almudaina y todos
sus alrededores, así como otras muchas propiedades. Sin embargo, aún sabiendo
que también les correspondieron numerosos patrimonios en Pollensa y otros
lugares de aquel privilegiado lugar, tengo hoy bastante dificultad para
encontrar documentación histórica que me permita narrar el paso de la Orden del
Templo de Jerusalén por Mallorca. Tanto es así, que hay gente hoy, incluso que
dicen saber mucho sobre la historia del Temple, que ignoran que estos monjes
soldados tuviesen presencia allí.
Sin embargo, me consta y alegra que ya hay varios escritores e investigadores mallorquines que están trabajando muy duro y muy bien para sacar de la oscuridad la mucha historia que los templarios dejaron en Mallorca y darla a conocer. Su trabajo está dando muy buenos resultados.
¿Cuál fue su influencia en la cultura y la sociedad en la España de aquella época?
La influencia que estos monjes soldados dejaron en la sociedad y cultura española fue sobre todo religiosa. Ellos llegaban de la Tierra donde Nuestro Señor Jesucristo había nacido y muerto. Por lo tanto, no solo venían henchidos de fe —que fue un gran ejemplo para los vecinos de los pueblos donde estos caballeros se asentaban—, sino que también traían reliquias, sobre todo astillas de la verdadera cruz donde Jesús fue ajusticiado. Por poner un ejemplo, todo el mundo sabe que el universo cristiano goza de cinco lugares santos de peregrinación, y que tres de ellos son españoles. El primero es Roma, el segundo Jerusalén, el tercero Santiago de Compostela, el cuarto Caravaca de La Cruz y el quinto Santo Toribio de Liébana. En todas todos estos lugares tuvieron los templarios participación y presencia. Sabemos a ciencia cierta que Caravaca de la Cruz es lugar santo por el lignum crucis que los templarios llevaron; Santo Toribio de Liébana es lugar santo por el lignum criucis que los templarios dejaron allí.
¿Colaboraron en la reconquista?
Sí. Y para que sus lectores lo sepan, no lo hicieron como reconquista, sino como cruzada. Los españoles llamamos reconquista a la recuperación de los lugares tomados por los musulmanes, pero, sin embargo, hay que saber que existen bulas de varios papas en las que España queda dispensada de acudir a las cruzadas de Tierra Santa porque aquí se venía librando una cruzada desde hacía ya mucho tiempo.
¿Cuáles fueron las zonas donde esta orden tuvo más presencia en España?
En
Aragón, Condado de Barcelona, Gerona, Castellón, Valencia y Murcia, fue donde
tuvieron mayor presencia… Las otras, en las que tuvieron menor presencia,
fueron las siguientes:
Almería fue reconquistada en
el año 1147. Se les dio a los templarios un gran Alcázar, varias iglesias y
tierras. Sin embargo, diez años después, en el año 1157 los árabes volvieron a
tomar la ciudad que ya no la perderían hasta el año 1489 cuando los templarios
ya hacía mucho tiempo que habían sido suprimidos por bula del papa Clemente V.
Jaén fue reconquista en el
año 1232. Se les dio a los templarios el castillo de Iruela y varias tierras de
cultivo.
Córdoba fue conquista en el
año 1232. Se les dio a los templarios casas y tierras de cultivo.
Sevilla fue conquistada en el
año 1248. El rey Fernando III el Santo les hizo donación de un castillo, tres
iglesias y varias posesiones agrícolas.
Huelva fue conquista en el
año 1255. Les fueron concedidas a los templarios numerosas donaciones, entre
las cuales destacan, por su importancia, el castillo de Aracena, una iglesia
que estaba junto al castillo y una gruta que se encontraba entre el castillo y
la iglesia. La gruta es conocida hoy como «La Gruta de las maravillas»
porque está formada por estalactitas y estalagmitas que al gotear han formado
un lago tan azul como el cielo.
La Peña de Alajar fue
reconquista en el año 1240. Los templarios fueron dueños de todo.
Tejana fue reconquistada en
el año 1253 y además de este territorio se les dio también Rafaña y Trigueros
con su iglesia.
La Rábida fue conquistada en el siglo XIII. Se les dio a los templarios el Monasterio de Santa María de la Rábida, que en el tiempo de los templarios era conocido bajo la advocación de Nuestra Señora de los Milagros y otras posesiones agrícolas y pesqueras, y, además, el pueblo de Saltes rico en agricultura, y Lepe donde al encontrarse con gran número de leprosos, edificaron una leprosería.
Y Cádiz, que fue reconquistado en el año 1264. Se les dio una iglesia, casas y tierras…Y, si no hubiesen sido los templarios extinguidos por bula del papa Clemente V, su presencia hubiese estado incluso en la toma de Granada y, por ende, en toda España.
¿Cuál fue el fin de la Orden del Templo?
La bula Vox in Excelso audita es, es, con
diferencia, una de las más largas que el papa Clemente V publicó en contra de
los del Templo. En ella es suprimida la Orden y su
constitución, hábito y nombre, y se prohíbe —bajo excomunión automática—, su
restauración, vestirse o comportarse como un templario.
El día 18 de marzo de 1314, fueron quemados en la hoguera el maestre de la milicia del Templo y sus cuatro lugartenientes, es decir, el visitador de Francia, y los preceptores de Ultramar, Normandía y Aquitania.
¿Qué motivó al rey de Francia a propiciar su fin?
Las
causas que motivaron al rey francés Felipe IV a terminar con la Orden del
Templo, fue la falta de dinero. Este monarca debiéndole mucho capital a los
templarios, tuvo el descaro de pedirle una sustanciosa suma para celebrar la
boda de su hija. Los templarios se negaron, aduciendo para ello, que ya era
mucho lo que les debía y era reglamento en ellos no prestar a quienes le debían
tanto porque existía el peligro de no recuperarlo.
El rey francés pensó entonces que, si lograba acabar con la orden, siendo como era el papa Clemente V su incondicional servidor, ya no haría falta pedir más dinero a la Orden porque, una vez condenados, todo el dinero pasaría directamente a las arcas reales, como así fue.
En el caso de España, ¿qué ocurrió con los templarios?
En
algunos lugares, como Aragón, a instancias y exigencias del papa a Jaime II,
algunos templarios fueron hechos presos, y se dice que incluso torturados. Sin
embargo, y a pesar de las cartas que culpaban de herejía escritas por el rey
francés y el papa a Jaime II, en ninguno de todos los juicios que se celebraron
en España contra los templarios, se hallaron culpables de cuantas ignominias
eran acusados. Todos fueron declarados inocentes.
Después, en el año 1331, el papa Juan XXII, que había sucedido a Clemente V, promulgó una bula en la cual daba permiso a cuantos caballeros habían servido en la ya extinguida Orden del Templo para que, como monjes que habían sido, pudieran proseguir su vida religiosa ingresando en la Orden que cada uno de ellos personalmente eligiese.
¿Cuál es el legado de la Orden del Templo en España? ¿Qué queda de ellos?
Los
legados que los templarios dejaron en España son muchos.
Ellos inventaron un lenguaje
dactilológico, o sea hablar con las manos, que se ha prolongado en el tiempo
hasta nuestros días. Hoy es el alfabeto
manual o dactilológico que usan los sordomudos. Naturalmente, mejorado y
actualizado, en cuanto que hoy se puede hablar con las manos con tanta rapidez
como con la lengua. Hoy, este alfabeto está sumamente modificado, es rápido de
hablar, fácil de comprender y cómodo de aprender. Pero no olvidemos nunca que
nació de la imperante necesidad de comunicación de unos monjes que necesitaban
comunicarse sin romper sus votos de silencio.
La banca, como ya he dicho antes, mejorada y engrandecida
hoy, fue descubierta también por los soldados del Templo. Habían observado que
los negocios que daban a los judíos sus mayores beneficios eran precisamente
los préstamos con cobro de intereses. Sin embargo, incluso los judíos que
solían vivir en barrios propios, donde solamente habitaban ellos, tenían que
realizar esta clase de negocio a escondidas porque la usura estaba muy mal vista
por la Iglesia, y, por lo tanto, perseguida por la ley.
Los del Temple organizaron su banca particular de una
forma casi evangélica para que nadie pudiese tacharlos de usureros. Y tan
evangélica tuvo que parecerle a la Santa Sede esta forma de prestar dinero
exigiendo después un tanto por ciento bastante elevado de lo prestado, que
incluso el papa Lucio III, como si no viese ninguna clase de usura en su
actuar, el día 12 de marzo de 1182 publicó una bula que se encuentra en el
Archivo de la Corona de Aragón en la cual ordenaba a los arzobispos de
Arles, Narbona, Tarragona y Aux, y a sus sufragáneos, que procedieran con
censura contra todos aquellos que negasen la devolución del dinero que habían
recibido prestado de la milicia del Templo.
También inventaron el pagaré. Se dieron cuenta de que los
ganaderos que iban a la feria de ganado de otras ciudades con ánimo de comprar
reses —algunas veces a bastante distancia de su ciudad—, eran robados por los
caminos. El dinero que llevaban estos negociantes de ganado escondido era
siempre mucho. Hay que tener en cuenta que el ganado era caro, y también que a
veces no se compraba una res ni dos, sino docenas.
Los templarios, viendo que de este problema podrían sacar
algún beneficio, como quiera que ellos gozaban de encomiendas, conventos, casas
o castillos por casi todos las ciudades, pueblos y villas de toda España,
tomaban el dinero del ganadero que tenía que viajar a otro lugar para comprar
el ganado, y en su lugar le daban un pagaré. Un papel que no valía absolutamente
nada. En el pagaré iba reflejado el nombre del ganadero, la suma total del
dinero entregado por este, el sello de la encomienda que le había extendido el
pagaré y la firma del maestre. A la presentación de este pagaré, los templarios
de la casa donde el ganadero había viajado con ánimo de comprar le entregaban
la suma estipulada cobrándole, como es natural, un tanto por ciento por la
gestión.
Las plataformas de madera para cruzar de una parte del
río a la otra tanto a personas como animales o carros, como ya he dado a
conocer antes, han perdurado también hasta nuestros días. Son muchos los
lugares donde todavía hacen uso de esta clase de plataformas por carecer de
puente y ser necesario para pasar de un pueblo a otro.
Y en cuanto a qué queda de ellos, queda su historia, sus enclaves, sus castillos, iglesias, hospitales y, en fin, en España, viaje uno a donde viaje o sea el lugar que sea, siempre hallará la presencia y el espíritu de los caballeros del Templo.
Lo más importante que en su obra trata es el hecho de que esta no fue realmente extinguida. Coméntenos.
En cuanto a si la Orden del Templo de Jerusalén fue o no suprimida a perpetuidad, debo decir que uno de los muchos secretos que este manuscrito fehacientemente nos demuestra —mediante acta notarial—, es el de que la mencionada Orden jamás pudo ser abolida legalmente.
Este inesperado hallazgo, que en la obra se da a conocer después de haber transcurrido ya más de 700 años desde su extinción, necesita personas que estén dispuestas a difundir la buena nueva, utilizando para ello cualquier medio de comunicación que a su alcance tengan.
Si no fuese por la importancia que esta noticia contiene, no pediría este favor. Creo que cuantos aman, viven o, simplemente, simpatizan con la Orden del Templo, deben saber esta noticia. Porque sabiéndola, la sombra de la excomunión sobre las cuantiosas personas que visten o se comportan como templarios, se apartará de ellos y podrán obrar, en todo tiempo, libremente y sin temor.
Me gustaría que nos posáramos en algunos de los mitos del Temple, en especial que tenían un conocimiento secreto, y que eran una especie de culto mistérico, esotérico, oculto y distinto al resto de la Iglesia.
Yo
sé que sería del gusto de la mayoría de los lectores, que yo diese por cierto
que la Orden del Templo se apoderó del arca de la alianza mientras estuvieron
ocupando un lugar cerca del Templo de Jerusalén, que dejaron un inmenso tesoro
tan escondido que todavía nadie ha podido encontrar. Que tuvieron un
conocimiento secreto mediante el cual hablaban con un ser endemoniado que les
decía lo que debían de hacer y que dominaban un culto misterioso, esotérico,
oculto y distinto al resto de la Iglesia, pero si diese por cierto algo de lo
antedicho estaría mintiendo.
Yo soy como Santo Tomás, no hablo ni aseguro nada a menos de haberlo comprobado fehacientemente antes. Esa es la importancia o, tal vez, el aburrimiento de mis escritos. En ellos no se dice nada sin que vaya acompañado por sus fuentes documentales.
¿A qué se debe esta creencia de que eran una especie de movimiento esotérico u oculto?
Hay muchos motivos por los cuales estás creencia han ido creciendo. Los escritores, los medios informativos y las múltiples plataformas cinematográficas, se han dado cuenta de que vende más lo que ha sido escrito mediante una mente desbordada, que por un historiador que demuestre en sus escritos, mediante fuentes documentales, que todo cuando afirma y narra es la verdad.
Se afirma que los templarios hicieron migas con algunos grupos musulmanes allá por Tierra Santa. Especialmente con grupos de tipo místico como los sufíes ¿Es cierta dicha afirmación?
Como
historiador debo hacerle saber que yo me rijo exclusivamente por las evidencias
documentales. En mi larga carrera como investigador, habiendo recorrido casi
todos los archivos históricos de Europa, España y Vaticano Secreto, jamás he
podido encontrar una sola prueba que haya demostrado positivamente la
afirmación de su pregunta.
No obstante, sé, me consta, que hay
gente, no sé por qué, que no solo dicen, sino que afirmar, sin aportar pruebas
documentales que den veracidad a sus declaraciones, que los templarios tuvieron
estrecho y provechoso contacto con los sufíes y que, de ellos, obtuvieron
cocimientos ocultos, métodos esotéricos y prácticas misteriosas… Y digo que
deben aportar pruebas documentales porque si el citado es un autor, por muy
famoso que sea, a mí, por lo menos, no me vale para nada.
Sobre este tema, como historiador y amante de la verdad, debo decir que quienes esto afirman, pueden ser adivinos, videntes, iluminados o alumbrados, pero deberían ser muy cuidadosos a la hora de dar como verdad lo antedicho porque están haciendo mucho daño a la historia de los templarios. Tenga usted en cuenta que, sin ser conscientes de ello, están dando la razón a quienes acusaron y lograron con sus acusaciones conseguir que los templarios murieran quemados como herejes en la hoguera.
Algunos templos asociados a esta orden en España y el resto de Europa contienen una serie de iconos asociados a simbología esotérica ¿A qué se debe la presencia de esta simbología?
Hay personas por ahí, que, sin conocer la historia,
se han convertido en cazadores de lo que ellos llaman símbolos esotéricos, y,
sin saber el cómo ni el porqué, no solo dicen que saben interpretarlos, sino
que los descifran.
Aunque
corramos el peligro de convertir esta entrevista en un libro, voy a dar a
conocer, lo más pormenorizadamente que pueda, la historia de esos símbolos que
se han tomado como esotéricos.
Estos símbolos comenzaron en las
cuevas prehistóricas. Fueron conocidos como lectura en piedra, siguiendo
después con la escultura, el relieve, la miniatura y el grabado, que fueron, al
fin y al cabo, las primeras escrituras que existieron. El simbolismo que hoy
vemos representado en las cuevas de los hombres primitivos, en los tímpanos y
capiteles de los antiguos claustros, en los retablos de las iglesias y en las
fachadas de las catedrales medievales, fueron las primeras escrituras que
existieron. Todas ellas, por muy antiguas que sean, mantienen una relación
pareja con nuestra escritura actual. De esta forma fue como, los seres humanos
que vivieron antes que nosotros, pudieron interpretar, sin conocer los signos
gráficos que constituían los diferentes alfabetos del idioma que cada uno de
ellos hablaba, los distintos mensajes informativos que se hallaban en las
puertas de los comercios, en los caminos, en los pueblos, en las ciudades, en
las iglesias, en los hospitales y en las catedrales... El símbolo tuvo la
virtud de unir a todos los pueblos del mundo en una única lengua escrita; el
rey que vivía acomodado y protegido en su opulento castillo, no los descifraba
mejor que el pastor que se refugiaba en una humilde cabaña.
En
tiempos de los templarios, los diversos oficios hacia ya algún tiempo que se
habían agremiado. Lo hicieron mayormente para fortalecer
sus relaciones personales y, naturalmente, para registrar las marcas que ellos
usaban para identificar su trabajo. Hay que tener en cuenta que estos obreros
eran totalmente autónomos y que al ejecutar su labor lo hacían bajo contrato,
por lo que no era de extrañar que todos funcionasen a destajo. De esta forma,
la construcción de catedrales y otras obras de envergadura más o menos
importantes, tomó un impulso más veloz. Pues como se sabe, en una obra
trabajaban diferentes cuadrillas de obreros bajo el mando de su correspondiente
maestro. Y, cuando un trabajo se terminaba, después de haber sido examinado por
el maestro, los labradores que estaban en tierra podían terminar un bloque,
grabar su marca en él, arrinconarlo y comenzar con otro.
De la misma forma, los miembros de
la cuadrilla que se hallaban sobre el andamio alojando los bloques que ya
habían sido labrados por sus compañeros, podían ir acoplándolos de la siguiente
forma: si estaban cobrados, con las marcas hacia adentro, para que no se vieran,
y si estaban por cobrar, con las marcas hacia afuera para que se pudieran
contabilizar.
De este modo, cuando la jornada
terminaba, los bloques se clasificaban por las diferentes marcas que llevaban
grabadas, estuvieran en tierra o puestos ya en la pared, y eran pagados al
maestro que gobernaba y administraba la cuadrilla para que este proporcionase
después a cada uno de sus obreros, según su categoría, el sueldo que entre
ambos se hubiese estipulado.
Hemos de decir que en una obra de
envergadura podía haber, y de hecho en muchas ocasiones los había, hasta veinte
o más grupos diferentes de constructores, cada uno, naturalmente, trabajando
con la identificación de su marca, ya que los canteros fueron los primeros que
trabajaron bajo el amparo de esta técnica.
Estas marcas estaban representadas
por diferentes signos, como un sol, una luna y una estrella; números o letras.
A veces el signo representaba el
apellido del constructor, como era el caso de Pedro Sierra, que ostentaba una
sierra como marca.
De la misma forma se pueden
distinguir otros signos bastante curiosos, cuyo significado está relacionado
con el mote por el que era conocido el constructor o por algún defecto físico
que este tuviera: un ojo cerrado podía tratarse de un patrón tuerto; una mano
con cuatro dedos podía representar a un constructor que había perdido un dedo
en accidente laboral y se le conocía ya por el cuatro dedos; una cara
monstruosa, el feo... Por ello, no es de extrañar que hoy podamos admirar en
muros de catedrales, ermitas y castillos —hayan estado los templarios en ellas
o no—, bloques de piedra que lleven diferentes marcas. Tengamos en cuenta que,
aunque estos canteros conocían la física, la geometría y la aritmética, muchos
de ellos no sabían leer ni escribir. Poniendo la marca registrada de su maestro
en cada uno de los bloques que cada cuadrilla labraba, se podía saber a la
perfección cuántos bloques tenía que cobrar el maestro al finalizar el día.
Y esto lo doy a conocer aquí sin voluntad de desanimar a todas y cada una de aquellas personas que buscan en estas marcas signos misteriosos que revelan un camino que conduce hacia el Grial que contiene la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, o mensajes secretos que desvelan dónde podemos encontrar los diversos tesoros que los templarios enterraron antes de ser suprimidos.
Se dice que los templarios financiaron muchas de las grandes catedrales del gótico y que mantenían una cierta relación con los francmasones, me refiero a los constructores medievales.
Sí. Los templarios, junto a otros ricos hombres,
financiaron la construcción de algunas catedrales. Tenían dinero y podían
hacerlo.
La
relación con los constructores medievales fue como todos los que ayudaban a
financiar con su dinero la construcción de catedrales e iglesias. Cuestiones de
puro negocio. No hubo, que yo sepa ninguna otra relación, ya que ni los masones
ni los francmasones existían por aquel tiempo. Estos aparecieron mucho después,
cuando los templarios hacia ya bastante tiempo que habían sido extinguidos.
Masón
viene del latín: machîo, y significa: albañil, constructor, el que
trabaja sobre andamios; el idioma francés tomó este vocablo del latín y lo
denominó: maçon, que se pronuncia masón.
Cuando a principios del siglo XVI el
gremio de constructores desaparece, por haber comenzado a escasear la demanda
de la mano de obra de estos profesionales y por haber aparecido empresas que se
hacen cargo del registro de firmas, nombres y datos, un investigador revela que
en el antiguo gremio de labradores de piedra existía un secreto que se había
mantenido muy oculto, y que sólo había sido transmitido de maestros a oficiales
y de oficiales a aprendices... Esta revelación es cierta. Cada taller de los
agremiados debía de mantener en secreto cualquier invento o mejora que fuese
descubierto por ellos.
Consta en mi poder fotocopia de un
documento localizado en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, en el cual
un miembro del gremio de constructores de esta histórica ciudad, llamado Diego
González de Vega, da a conocer a sus cofrades, en el más estricto secreto, un
descubrimiento experimentado y creado por él, después de hacer durante muchos
años pruebas y pruebas para mejorarlo. Este hallazgo no es ni más ni menos que
un pegamento que sirve para unir la piedra, y que aparece en el citado
documento con el nombre de «Macarraque».
Con este descubrimiento se podían
pegar tanto los pedazos pequeños de la piedra rota como los grandes fragmentos
de ella.
Un invento que en aquellos tiempos
era algo revolucionario para el gremio de los constructores si tenemos en
cuenta que un bloque de piedra no era nada barato y que, además, su traslado
desde la cantera a la obra era dificultoso y caro. A todos estos trastornos
había que añadir que, si la piedra se rompía cuando estaba ya terminada o casi
terminada, el tiempo que se había invertido en ella —más de dos horas—, se
perdía totalmente porque ese bloque ya no se podía cobrar. Esta clase de
accidentes solían ocurrir con mucha frecuencia, ya que la piedra se trabajaba
primero con cincel y mazo de hierro y luego, una vez labrada, había que
elevarla casi manualmente ayudados por muchos brazos, palancas y andamios
El hecho de perder el trabajo
invertido en labrar la piedra era a veces un mal menor si tenemos en cuenta que
en algunas obras se estipulaba, bajo contrato, que los bloques rotos debían ser
pagados por el maestro que administraba la cuadrilla. De lo que podemos deducir
que además de perder el trabajo invertido en ella, a la hora de ajustar cuentas
con el encargado de la obra, le era deducido al maestro el valor del bloque o
de los bloques que sus obreros habían roto.
Como ya he dicho antes, cuando el ocaso cayó sobre los gremios, fue cuando un grupo de personas hicieron suyo el nombre de masones y comenzaron a buscar el secreto de los antiguos labradores de piedra para hacerlo suyo por medio de la geometría, de la aritmética, del dibujo...
También se asocia a los templarios con una figura llamada Bafomet ¿esto es algo real o forma parte de la leyenda? ¿De dónde viene la asocian a tal imagen?
Siempre
estuve defendiendo en todos mis escritos, y desde que tuve uso de razón
literaria, que el tan traído y llevado Bafomet Templario no era más que un
símbolo de muerte que los monjes soldados tenían siempre junto a ellos para
habituarse a su presencia y no temerla ni en su desvalida vejez ni tampoco en
el campo de batalla. Los templarios, por
su condición de soldados estaban en continuo contacto con la muerte, y como
monjes sabían a la perfección porque les era leído diariamente, durante las
comidas, y por los hermanos lectores, que nadie es sabedor de la hora de su
muerte. Esta era la razón por la cual en la Edad Media todos los monjes tenían
junto a ellos una calavera. Los priores sobre las mesas de sus despachos, y los
frailes y legos en sus diversas celdas, junto a la yacija donde todas las
noches dormían. Su continua contemplación les recordaba que debían de estar
preparados, y su permanente compañía tenía como objeto disipar de sus mentes el
espanto que todo ser humano siente ante la más leve cavilación de la muerte.
Muestras fehacientes de lo que afirmo las encontramos en los numerosos cuadros
representados por santos. Si no en todos, sí podemos decir que, en la mayoría
de ellos, los indicados santos están siempre acompañados de una calavera, véase,
si no, para reforzar esta afirmación, el cuadro de Francisco de Asís, pintado
por Francisco de Zurbarán, el de san Bruno, el papa Celestino, San Francisco de
Borja, María Magdalena, San Ignacio de Loyola, san Jerónimo, santa Rosalía,
Santa Teresa de Jesús, etc.
Muchas
veces, y eso lo sabemos por las confesiones históricas de algunos de estos
santos, las calaveras pertenecían a algún religioso que en vida fue superior,
maestro o amigo del que se hacía acompañar por ella. Este hecho era recomendado
y necesario para que los religiosos se diesen cuenta de que la muerte no es
cosa que solamente les sucede a los demás, sino que a todos nos llega, que es
incluso hallada por quienes en vida fueron inteligentes, superiores, venerados,
amigos, misericordiosos, padres, hermanos...
Si lo antedicho era recomendado y
necesario a unos santos y santas que la mayoría de las veces se dedicaban a la
contemplación, y en todos los casos a la contemplación y al trabajo, qué no
sería recomendado y necesario para unos monjes que además de dedicarse a la
contemplación, al trabajo y a otros menesteres más o menos religiosos, ponían
sus vidas diariamente en peligro combatiendo en los campos de batalla para
defender la religión cristiana, los intereses de su rey o la herencia de su
feudo. Me refiero a los caballeros del Templo.
Para una persona como yo, no anciano
todavía, pero sí lo suficientemente mayor como para haber ido acumulando y
estudiando documentos antiguos de los archivos históricos de toda la Europa
cristiana, no ha pasado desapercibido el hecho de que hasta que el rey francés
Felipe el Hermoso, deseando quedarse con la inmensa fortuna de los templarios,
ordenara comenzar la vergonzosa investigación que contra esta orden fue llevada
a cabo en Francia con la ayuda de su títere particular el papa Clemente
V, no aparecieron documentos que hablaran de este insólito Bafomet. Y, extraña
o maliciosamente, después de que los templarios fueran arrestados, condenados y
quemados en la hoguera por herejes, comenzaron a surgir tantos documentos que
nos hablaban o describían del maligno Bafomet templario, que más parecían salir
de fábricas construidas ex profeso para el caso, que de las remuneradas plumas
de los escribanos de la época.
Hace hoy unos cuatro años, un
arqueólogo de la región de Murcia que estaba efectuando unas excavaciones en un
castillo habitado antaño por la Orden de los Caballeros Templarios, me confió
una piedra que habían encontrado en las mencionadas excavaciones para que yo la
estudiara y le diese mi opinión. La piedra era lo que hoy muy bien podría ser
catalogado como un «Bafomet de bolsa», digo un Bafomet de bolsa porque
en aquellos tiempos los soldados y los monjes carecían de bolsillos, y para
llevar el dinero y otros enseres de valor usaban una bolsa que llevaban atada
con un cordel a la cintura. En la piedra que se encontró había sido esculpido
con un objeto punzante una calavera.
La piedra mide tres centímetros de
ancho por dos centímetros y medio de alto. Y está tallada en uno de esos
conocidos como cantos rodados que tanto abundan en las márgenes de los ríos,
cuyos cuerpos se encuentran pulidos y abrillantados de una forma natural debido
a que se han ido redondeando y alisando a través del tiempo a fuerza de rodar
impulsadas por las aguas.
Cuando
llegó a mi poder, no encontraba un fundamento lógico que me diera la luz que yo
buscaba sobre aquella piedra. ¿Con qué fin habría sido tallada la calavera en
ella? —me preguntaba todos los días—. Y por más que pensaba y especulaba, no
encontraba una explicación histórica que fuese coherente y lógica, entre otras
cosas porque no había hallado, entre toda mi documentación histórica, un hecho
parecido a este. Algún antecedente que diera luz a mis dudas; que me
descubriera que esta clase de calaveras labradas en pequeñas piedras eran
esculpidas por los templarios con un determinado propósito.
Sabemos que los templarios eran
monjes y también soldados. Como monjes estaban obligados a observar todos los
deberes de los frailes, y como guerreros, todos los deberes militares que
obedecían y acataban los soldados.
El miedo a la muerte era en aquellos
tiempos mucho más crecido que en estos. Los heridos tenían que soportar toda la
intensidad del dolor porque carecían de analgésicos; los ciudadanos estaban
aterrorizados porque presenciaban en las plazas públicas la quema de los
herejes, visión esta, que les encaminaba a pensar que cualquier día los herejes
podían ser ellos; los soldados estaban en continua guerra; los pueblos padecían
frecuentes y variadas epidemias... Y mientras todo esto ocurría, la Iglesia
amenazaba con la muerte, con el juicio final y con el infierno... Adivinándose
en sus predicaciones que muy pocos conseguirían la gloria, porque muchos eran
los llamados y muy pocos los elegidos...
Las numerosas descripciones del
infierno con el fin de producir temor y suscitar conversiones provocaron en la
Edad Media un penetrante miedo hacia la muerte. E incluso aquellos que optaron
por encerrarse en la vida religiosa o de encaminarse a la vida militar,
creyendo que con este piadoso acto dejarían de temer a la muerte, no
consiguieron jamás su objetivo. La muerte seguía siendo pavorosa tanto para los
primeros como para los segundos. Los primeros habían obtenido más tiempo para
pensar en ella, y por su condición de frailes o sacerdotes tenían que asistir a
toda clase de moribundos, de muerte natural, destrozados por animales salvajes,
víctimas de epidemias, de largas y dolorosas enfermedades... Y los segundos se
enfrentaban diariamente a ella y veían asustados como caían sus compañeros y
como sufrían en el suelo largas horas de agonía antes de morir, unos intentando
introducirse los intestinos que llevaban sujetados con las manos nuevamente en
la cavidad abdominal; otros teniendo junto a ellos un brazo, una pierna o,
incluso, la cabeza que le había sido arrancada de un certero tajo, moviendo
todavía los ojos y la boca, como pidiendo a sus compañeros un remedio ya
imposible...
Bajo
estos precedentes era necesario que los religiosos perdieran el miedo a la
muerte.
La
calavera se impuso como perenne compañía entre los religiosos. Su visión
preparaba al monje para la hora suprema y le hacia perder el miedo a la muerte.
Los
caballeros templarios, por su condición de monjes, también aceptaron dejarse
acompañar en todos los momentos de su vida religiosa por una calavera. Con la
admisión de este acto, y sabiendo que Dios les tenía reservado un paraíso lleno
de belleza y de bienestar, conseguían los templarios acostumbrarse a la muerte,
no temer cuando veían agonizar a un hermano y admitir con tranquilidad su
propio tránsito.
Sin
embargo, los templarios además de monjes eran soldados, y como tal había veces
que estaban fuera de sus conventos semanas, meses, e incluso años. Las batallas
en aquellos tiempos eran largas, muy largas. De esta forma fue como nació en
ellos la necesidad de esculpir en piedra un Bafomet de bolsa. Con esta idea
nunca les faltó su necesaria compañía, pues cuando se hallaban en el convento
estaban unidos a una calavera de verdad, y cuando salían de él, lo llevaban en
la bolsa esculpido en una piedra que ellos mismos labraban con su puñal durante
sus muchas y muy aburridos periodos de espera antes de entrar en batalla.
El famoso Bafomet templario existió. Pero intuimos que si este Bafomet templario era malicioso y, por lo tanto, merecedor de que sus poseedores fuesen condenados a morir abrasados en la hoguera por herejes, nuestras catedrales, nuestras iglesias, nuestras ermitas..., en definitiva, todos los templos del mundo, estarían ausentes de imágenes y pinturas de santos y santas porque la mayoría de ellos hubiesen sido quemados por el hecho de hacerse acompañar tanto de noche como de día por lo que desde hace ya bastante tiempo se ha venido conociendo como un Bafomet templario.
¿Tenían los templarios algún rito de iniciación? Y si lo tenían ¿en qué consistía?
Todas las órdenes que existían en aquellos tiempos tenían su rito de iniciación o, por mejor decirlo, de ceremonia de aceptación. Para que alguno de los lectores no crea que un rito es algo enigmático o hermético y, por tanto, algo que tiene que ver más con la brujería que con la ortodoxia humana, me veo en la obligación de aclararlo: según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra RITO es un conjunto establecido para el culto y ceremonias religiosas.
El rito que habían elegido los templarios para el acto de iniciación, aceptación o investidura, era el siguiente: el novicio se hallaba en una habitación completamente solo. En el interior de aquel recinto había pasado toda la noche meditando y esperando la señal. Cuando en la puerta sonaban cinco golpes, los tres primeros fuertes y secos, y los dos últimos débiles y casi inaudibles, era porque la ceremonia de investidura había comenzado.
Los tres primeros golpes dados fuertemente significaban la fuerza y el poder con que la Santísima Trinidad llama a sus elegidos; y los dos golpes suaves y casi inaudibles, estaban asociados a todo lo que es par en el cuerpo humano, y su mensaje era el siguiente: verás con tus dos ojos, oirás con tus dos oídos, empuñarás las armas con tus dos manos, correrás con tus dos piernas, lucharás con tus dos cojones, pero todo lo harás en silencio y sin que nadie se entere, porque la gloria en la Orden del Temple no es sólo de uno, sino de todos.
El novicio abría la puerta y se
encontraba ante él a un grupo de doce caballeros templarios y a un hermano
sirviente que portaba en sus manos una bandeja en cuya base descansaba un
cuerno de buey. El grupo iba presidido por sus dos padrinos. Cinco caballeros
traían velas encendidas.
Uno de los padrinos, el más allegado
al novicio, se adelantaba hacia él y le abrazaba fuertemente. Después, tomando
en sus manos el cuerno, cuyo interior había sido rellenado de aceite, ungía con
él al aspirante.
Luego se dirigían hacia la iglesia,
donde les esperaban para comenzar la ceremonia.
—¿Quién es el que viene a nuestra
presencia? —preguntaban desde dentro.
Al sonido de la voz, los que
acompañaban al novicio callaban y apagaban las velas que traían en las manos.
El novicio se adelantaba, y poniendo
los brazos en cruz, decía:
—El que dejó los placeres del mundo
para refugiarse cerca del Señor.
Ante estas palabras, y como si
hubieran sido mágicas, las puertas de la Capilla se abrían de par en par. Y el
novicio, seguido de sus silenciosos y disciplinados acompañantes, entraba en
ella. Decenas de velas comenzaban entonces a encenderse como por arte de magia,
y un coro de jóvenes hermanos sirvientes, casi unos chiquillos, con unas voces
armoniosas y dulces, comenzaban a cantar el Veni
Creator Spiritus
Sobre la tarima de madera que hacía
de escalón para subir al Altar estaba el maestre sentado. Más de quince
caballeros profesos lo rodeaban formando una circunferencia alrededor de él.
No había, pues, nada extraño ni
misterioso en aquel rito de investidura.
—¿A qué habéis venido? —preguntaba
el maestre.
Ante esta pregunta, el coro de
jóvenes hermanos sirvientes callaba al instante, y un profundo y respetuoso
silencio se producía en la Capilla.
El novicio se adelantaba dos pasos
hacia el maestre, dejando a sus padrinos atrás, desenvainaba su rica espada,
cuya empuñadura estaba labrada, muchas veces, en plata e incrustada de
brillante pedrería, la humillaba ante su superior, y decía:
—He venido a traer la paz para mis
hermanos, y para los enemigos de Cristo la espada...
Cuando el aspirante a Caballero
Profeso terminaba de decir esto, los que acompañaban al maestre se levantaban
de su asiento y desenvainaban sus espadas reglamentarias, apuntaban con ellas
hacia el techo, y decían todos a coro:
—El que ama al padre o a la madre
más que a mí, no es digno de mí.., y el que no toma su cruz y sigue en pos de
mí, no es digno de mí. El que quiera
salvar su vida, la perderá, y el que la perdiere por amor a mí y al Evangelio,
la salvará.
—Decís bien caballeros —contestaba
el maestre—. Porque si el grano de trigo caído en tierra no muere, quedará
infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. Sin embargo, el grano de trigo
es fecundo porque no tiene más riqueza que la que le dio Dios..., así el que de
vosotros no renuncie a todo lo que posee, no podrá servir ni ser fecundo a
Dios... ¿Queréis ser Caballero Templario? —preguntaba el maestre al novicio.
—Sí, quiero —respondía el novicio.
Entonces, el maestre, dirigiéndose a
los padrinos del aspirante, le ordenaba a cada uno de ellos por separado:
—Vos don fulano de tal tapad con
vuestras manos los ojos de vuestro ahijado, y vos don fulano de cual tapad a
conciencia los oídos de vuestro ahijado. Y cuando el maestre comprobaba que el
candidato no podía oír ni ver, se encaraba con el público allí congregado, y
les pedía: si alguno de los presentes supiera algún impedimento que obste a la
celebración de esta investidura, está obligado a manifestarlo bajo pena de
pecado mortal, y se le guardará el secreto. Y es su deber declararlo ahora, ante
esta sala en la que todos los oídos se hermanan en uno.
El maestre esperaba unos segundos,
los suficientes para que si alguien quería manifestarse lo hiciera, y cuando
veía que nadie pedía ni tomaba la palabra, se volvía hacia los padrinos y les
rogaba que quitasen las manos de los ojos y de los oídos de su ahijado para que
este pudiera ver y oír nuevamente. Después se dirigía hacia el novicio, y le
preguntaba:
—¿Estáis dispuesto a renunciar a
todo lo que poseéis?
—Lo estoy.
—¿Por qué?
—Porque desde que entré en esta
Orden, estoy crucificado con Cristo. Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en
mí.
—¡Despojaos de todos vuestros
bienes!
Al termino de esta orden pronunciada
por el maestre, el novicio comenzaba a despojase de su espada, anillos y
cuantos objetos de valor llevaba encima. Después se quitaba también la ropa que
traía y se quedaba solamente con la camiseta y los calzoncillos.
Los caballeros que rodeaban al
maestre corrían entonces hacia el novicio llevando en sus manos las vestiduras,
las armas y los utensilios templarios, y rodeándole a él y a sus padrinos tal
como antes habían rodeado al maestre, comenzaban a vestirlo con las ropas
templarias, le colocaban la espada templaria reglamentaria y el manto. Después,
todos los caballeros regresaban nuevamente junto al maestre y lo volvían a
rodear. El coro de jóvenes hermanos sirvientes comenzaba a cantar el Sacris solemnis.
Cuando el coro de los jóvenes
cantores terminaba de cantar el himno, todos los hermanos que asistían al acto
de investidura, incluidos los que estaban rodeando al maestre, se acercaban al
novicio y le daban un ósculo de bienvenida, tal y como san Pablo en casi todas
sus epístolas aconseja hacer a los fieles de la Iglesia: saludad a todos los
Hermanos con un ósculo santo.
Desde ese momento en adelante, ya era un Caballero Templario.
¿Pudieron los templarios sobrevivir de alguna manera hasta nuestros días y llegar hasta nosotros?
No.
Entonces, ¿por qué hay tantos grupos que dicen ser sus herederos?
Sí.
Tiene usted razón. Hay numerosas seudo órdenes que atestiguan ser herederas del
Temple, pero ninguna de ellas ha podido demostrarlo todavía.
La
mayoría de ellas se basan para demostrarlo en el «documento Larmenius»,
ubre que viene amamantando a infinidad de seudo órdenes templarias, y que no es
más que una carta tan fraudulenta como las mismas órdenes que la presentan a
sus posibles postulantes como indiscutible y cierta.
Poco
hay que saber de historia o de expresiones que se usaban en la época en que
supuestamente esta carta se escribió, para darse cuenta de que la mencionada
epístola constituye un escandaloso fraude.
El
documento citado, basa toda su veracidad en los siguientes argumentos: cuenta la tradición que la noche anterior a ser quemado, Jacques
de Molay llamó a un caballero de su confianza de nombre Larmenius y le
encomendó una misión: «Baja a la cripta secreta, abre la puerta y llévate
los objetos consagrados. Saca de las dos columnas huecas que están en la
entrada las monedas y los documentos que allí se guardan, porque en ellos están
las enseñanzas de la Orden...»
Los
que han querido propagar esta leyenda son de una ingenuidad tan grande que no
se dan cuenta de que en vez de estar transmitiendo una verdad están contando un
cuento de hadas. La primera duda que surge es ¿cómo pudo Jacques de Molay
llamar a un caballero de toda su confianza de un día para otro, si estaba preso
e incomunicado?
La
segunda cosa que nos llama la atención en este documento es que parece como si
el maestre de los templarios en vez de estar en una celda prisionero e
incomunicado, estuviera en un despacho donde podía recibir a quien quisiera,
incluso sin cita previa.
Si
quienes urdieron este cuento hubieran visitado de vez en cuando archivos
históricos, tal vez se habrían dado cuenta de que estos presos, me refiero al
gran maestre, al visitador de Francia, y a los preceptores de Ultramar, de
Normandía, de Aquitania y de Portier, no eran unos presos normales, sino que
eran presos muy especiales por el hecho de estar allí detenidos por el
mismísimo rey de Francia y, por si fuese poco, por orden del Sumo Pontífice.
Obra
en mi poder un documento que nos habla de las grandes dificultades que existían
para poder visitar a estos presos. Es una carta que dejó escrita el capellán del Coro de la catedral de Notre Dame,
Johannes de Blanchefort, que fue enviada a su obispo, y que ha quedado guardada
en el archivo de la mencionada catedral, se dice más o menos lo siguiente. Cito
de memoria: «Después de nueve meses he obtenido el permiso para visitar al
regente de los templarios, pues quería saber por su propia voz la verdad de
cuantas acusaciones a la Orden se le imputan. No os quiero ocultar las muchas
dificultades que tuve que salvar para conseguir el permiso, y si no hubiese
sido por la intervención de nuestro amigo el cardenal Rogerio, no lo hubiese
conseguido…»
El día 15 de noviembre de 1870, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, el historiador don Vicente de la Fuente, escribe un artículo, y lo comienza diciendo. Cito de memoria: a principios del siglo pasado se les antojó a varios caballeros franceses jugar a los Templarios, como podían haberse puesto a jugar a los soldados, o a cualquiera otra cosa de pasatiempo más o menos honesto y recreativo. Entonces un jesuita italiano, llamado el Padre Bouanni, gran anticuario y buen dibujante, se entretuvo también en inventar un acta, de la cual aparece que estando Jacobo Molay preso en la Bastilla y previendo la extinción de la Orden, transmitió su jurisdicción y derechos maestrales a un tal Juan Marcos Larmenius; el cual nombró por sucesor a un tal Tomás Teobaldo de Alejandría; el cual a su vez transmitió su jurisdicción a otros; de modo que la orden se fue perpetuando de siglo en siglo...
De tal forma hay seudo órdenes que creen ciegamente en estos falsos documentos o en que solamente por instituirse como tal ya pasan a ser los herederos de la Orden del Templo, que, en el año 2008, una de ellas tuvo el descaro de demandar al papa exigiéndole que les fueran devueltos todos los bienes que su sucesor el papa Clemente V les había usurpado ilegalmente. Bienes que ascenderían hoy a doscientos mil millones de euros, ya que estos caballeros tenían, como bien se sabe, haciendas en toda la Europa cristiana. Como es natural y lógico, por descabellado y falta de pruebas que pudieran demostrar que la orden demandante era legalmente sucesora de los templarios, la demanda no fue admitida en la Audiencia Provincial de Madrid.
¿Qué va a encontrar el lector en esta novela y a quién o quiénes va dirigida especialmente?
El lector que desee saber dónde se depositó el Tesoro de los templarios y en qué actos de caridad fueron invertidos; dónde se encuentra actualmente el Grial; conocer el lenguaje dactilológico que usaban los templarios para comunicarse entre sí, sin ser entendidos por nadie y, además, enterarse por medio de acta notarial, de que la Orden del Templo propiamente dicha jamás fue abolida y sigue vigente, lo encontrará en este ensayo histórico novelado con sus fuentes documentale.
Va dirigida a cuantas personas estén dispuestas a conocer este secreto inédito que no ha sido dado a conocer en más de 700 años por ningún historiador, escritor o persona experta en este delicado tema. La obra es apta para todos los públicos.
Algo más que desee decirles a nuestros lectores.
Aprovechar la ocasión para enviarles un afectuoso saludo y hacerles saber que, aunque no lo sepan, yo soy uno de esos escritores que les encanta estar en comunicación con sus lectores. Todos los días recibo comunicados. Unas veces son preguntas, a las que contesto a todas; otras son criticas, positivas o negativas, que me enriquecen personal y literariamente y, algunas, son escritos personales…
Antonio Galera Gracia, ha sido todo un honor tenerle en el blog de Biblioteca oculta, y esperamos que su novela sea todo un éxito.
Gracias.
¡Ojalá sus deseos se cumplan!
Si desea más información sobre el libro, visitar: https://editorialdelfos.com/libro/el-guardian-del-manuscrito_124766/
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